jueves, 2 de octubre de 2014

Coraline

Una película de Henri Selick (sigo resentido por aquella persona que me llevó a verla bajo la pretensión falsa de ser una de Burton). Coraline es la adaptación de la novela homónima de Neil Gaiman, una pieza de fantasía oscura de la escuela de Lewis Carroll.

Coraline relata la historia imposible de una niña que atraviesa a un mundo nuevo y fantástico, como forma de escape de la indiferencia paterna y que pronto encontrará que las maravillas del otro lado de la puerta no son lo que aparentan.

Siendo un fan bastante fiel de “Alicia en el país de las maravillas” y “Alicia a través del espejo”, debo decir que encontré Coraline, en su momento, fascinante y extrañamente cautivadora. Sin embargo, conforme uno explora más la película (y la novela, aunque este no sea un espacio literario, per se) va descubriendo capas interiores en el discurso heroico que no son tan claras en los trabajos de Carroll. No es secreto para quién me conozca (o para quién lea unas cuantas entradas del blog) que tengo una predilección por la fantasía macabra y Coraline tiene un elemento indefinible que la hace vigente, eterna y a la vez frágil.

Lo cautivador de Coraline es, antes que nada, la esencia básica de la narración. Es una historia que aborda la fantasía como una forma de escape infantil a la insatisfacción temprana del mundo real. La película deja ver toques de crítica a una sociedad estática, inerte y, a la vez, absurda que construyen los adultos en su vida cotidiana y la forma en que este vórtice absorbe y limita las mentes inquietas que piensan en technicolor, mientras ven un mundo en sombras de gris. Sin embargo, el toque de horror macabro marca una pauta nueva y emocionante, cuando la historia gira en el sentido opuesto y nos presenta un discurso del poder seductivo oscuro de las fantasías y la adicción destructiva al imaginario sobre lo empírico (procuro no utilizar la palabra “real” nunca, es un término bastante absurdo).

Esto nos lleva de lleno a centrar la discusión narrativa casi exclusivamente en la evolución dimensional del personaje a través del fenómeno Freudiano de lo “uncanny”: aquello que es a la vez familiar y alienante. El andar de Coraline a través de su (horrible) aventura está marca por la presencia constante de una disonancia cognitiva entre lo que ella cree “real pero incorrecto” y lo que percibe “correcto pero irreal”, detonado con su encuentro con La Otra Madre (no con el mundo fantástico) y que tiene su punto de quiebre con la propuesta de los botones. A partir de este punto, la disonancia desaparece y llega lo que Freud llamaría “el rechazo”: Coraline decide alejarse de esa fantasía, rechazándola por completo, pues es más sencillo para ella rechazarlo (sin importar lo fantástico) a tratar de racionalizar algo que no se encuentra en sus capacidades de entendimiento. Por eso, Coraline es una historia del “yo héroe” que francamente no necesita más y con la que todos los que hemos sido seducidos por la comodidad engañosa de la fantasía nos podemos relacionar.

A mi parecer, uno de los grandes logros del film es la ejecución estética de este (la primera secuencia es gloria). ¡Rayos! Qué belleza plástica se logró con Coraline. Es excepcionalmente notable el contraste entre la saturación de los tonos de la paleta general de la cinta. En este tipo de cintas (algo muy explotado por Burton especialmente) las tonalidades de color se explotan en tonos analógicos y complementarios: el gris, marrón, negro para ciertas circunstancias que choca y desafía al multicolor brillante o pastel del mundo en pugna (véase El Joven Manos de Tijera… debería hacer una entrada de eso… en fin…). En el caso de Coraline es un efecto más sofisticado y, debo decirlo, mucho más arriesgado: la lucha de saturación, no de tonalidad. El mundo entero sobre el que está construida la historia de Coraline está formado de colores, ciertamente hay situaciones o locaciones con más colores que otras, pero es un mundo de colores a final del día. A lo que se expone la audiencia en este caso es, realmente, a la intencionalidad de la saturación que se presenta de la siguiente manera: a mayor color, mayor locura. La película comienza con un ambiente de baja saturación y una Coraline cargada de pigmentos (el establecimiento de las fuerzas opuestas), pero conforme avanza la cinta, los colores son cada vez más fuertes y brillantes, llevando a la audiencia por la misma senda de locura que atraviesa la pobre Coraline. El color es un signo de lo “uncanny” y la saturación va en aumento hasta el grado de la locura máxima, del enfrentamiento visual que empalaga al espectador para topar de golpe con el mundo ordinario en su nuevo orden y regresar, finalmente, a la saturación baja.
Quisiera además dedicar un espacio pequeño (seré breve lo prometo… dentro de mis capacidades) a comparar activamente la película de Coraline con Stardust. Ambas historias son del mismo autor (algo que me impresiona que sea sorpresa de muchos) y abordan la premisa básica del héroe que, inconforme con su estatus quo, decide cruzar el umbral a un mundo fantástico que no lo recibe cálidamente. En lo que quisiera centrarme en la discusión es en las alteraciones que sufre el discurso bajo el crisol de la premisa del género: si el protagonista es una mujer o un hombre.

Mientras la historia de la chica (Coraline) habla al público amplio, la historia del chico (Tristán) habla a la construcción de la masculinidad (no en las capas superficiales, claro, pero en cierto nivel abstracto). ¿A qué me refiero con esto? Lo pondré más simple: Stardust es el rito de paso masculino de ser niño a volverse hombre; Coraline es el rito de paso social de ser joven a volverse… hmmm… menos joven (realmente Gaiman no aborda la cuestión de la adultez temprana). Este fenómeno es común cuando se tratan estas diferencias de género: la heroína es usada para dar un mensaje masivo, el héroe tiene, sin dudas, unos ciertos tintes masculinos ocultos en su cosmovisión. ¿La causa? No me atrevería a hacer la descabellada aseveración de decir que en una sociedad falo-hetero centrista, el ritual del niño para volverse hombre tiene un enorme peso psicosocial, pues es el despertar a la madurez, el poder y la responsabilidad mientras que, el paso de la niña a la mujer, es una cuestión más de delicadeza y sexualidad… como dije, no me atrevería a hacer dichas acusaciones, aunque de cierta forma ya lo hice.

En fin, regresando a lo que nos atañe. Coraline es una experiencia visual, narrativa y literaria de diez, especialmente para jóvenes adultos… y aquí quiero hacer el comentario/queja de: ¿por qué la gente cree que todo lo que es animado es para niños? Yo no le pondría Coraline a un niño, especialmente si no tengo ganas o la paciencia para resolver todas las dudas existenciales que les despertaría una historia así.

Ya sabes, si tienes ganas de algo bizarro, ameno y oscuro, Coraline es una opción emocionante que te quitará el aliento, pues un solo balde de Palomitas Jumbo esta vez no es suficiente.

Ficha técnica:
Coraline y la puerta secreta (2009)
Dir: Henry Selick
Prod: Selick y Claire Jennings
Guión: Selick  / Gaiman (novela)
Laika Pandemonium

Y por esta ocasión y porque su trabajo me dejó sin habla:
Cinematografía: Pete Kozachik

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