martes, 11 de noviembre de 2014

El Joven Manos de Tijera

Aunque aún falta un mes, el espíritu navideño ya comienza a sentirse, pues las fiestas no están muy lejanas. Por eso, decidí elegir una de mis películas navideñas favoritas… bueno, si digo “navideñas” me refiero en parte al tiempo en que está contada la historia y a las películas que a mí me gusta ver en Navidad.

Una de ellas es “El Joven Manos de Tijera”, ¿qué más puede pedir un BurtonHead para Navidad? A mí, esta película me despierta bastante nostalgia de tiempos más sencillos y, como la mayoría de los fans de Burton, me habla mucho ya que me identifico bastante con el tema central.


El Joven Manos de Tijera es de las grandes obras maestras de Burton y de las cintas live action realmente buenas que tiene en su filmografía (para ser fan hay que reconocer que a veces las cosas nomás no son buenas…) y una de las cosas que la hace realmente maravillosa es la historia sweet and sour que nos presenta.

Hay algo maravilloso en el relato de la historia de Edward que es tierno y oscuro a la vez; que presenta una perspectiva cruel de la vida a través de un cristal inocente. La historia habla de Edward, una especie de criatura a lo Frankestein cuya “única” falla es la ausencia de manos, en su lugar, Edward posee tijeras. Con la muerte de su creador y padre, Edward se vio obligado a vivir solo en el interior del castillo de su creador, convenientemente localizado en las afueras de un suburbio pintoresco. Cuando una mujer de casa, vendedora ambulante de maquillaje, encuentra a Edward, lo aloja en su casa e intenta incluirlo a una sociedad que rápidamente lo separará y lo rechazará por ser diferente.


El tema central de la historia es el choque entre lo cotidiano y lo extravagante. Es una cuestión de status quo que Burton rechaza constantemente en sus obras: el poner a prueba el ambiente “normal” y sus reglas establecidas a través de experiencias y perspectivas de la vida diferentes, que obligan a los personajes con paradigmas muy concretos, enfrentarse a sus propios miedos. En El Hombre Manos de Tijera, Edward no posee mayor diferencia del mundo que su deformidad física. En realidad, el personaje de Edward no actúa como un agente de cambio activo, sino como un detonante de estos cambios. La mente de Edward es un cascaron vacío que comienza a llenarse al llegar a este nuevo mundo: absorbe experiencias, reglas comunes, complejos de moralidad y creencias populares. Edward es realmente un niño pequeño en crecimiento y aprendizaje, que cuenta con la desventura de estar en el cuerpo de un adulto extraño con manos mutiladas.


Quién realmente actúa como un agente de cambio es Peg Boggs (Dianne Wiest) quién acepta como natural a Edward y su forma diferente de existir. Peg termina contagiando el espíritu de cambio a su familia, quienes aprenden a romper sus propios paradigmas y descubrir en Edward un compañero y un amigo.

Burton critica principalmente la hipocresía social del ambiente suburbano, el cuál es un sistema de apariencias y reglas sociales que “facilitan” la convivencia a través de una filosofía de la uniformidad: pensar, verse y actuar todos iguales, para evitar los conflictos. Por supuesto, Burton no es el único que ataca este tema, de hecho, el cliché del entorno de suburbios como la máxima representación de la hipocresía social ha sido desgastado infinidad de veces con productos como: The Stepford’s wives, Suburgatory, Desperate Housewives, etc. En este entorno, Burton pretende satirizar un molde de estética y conducta en el nivel más superfluo de las apariencias: vemos una calle con pequeñas casas iguales, construidas en masa y con la única diferencia de los detalles menores como el color. La sátira se extiende al presentar los personajes; la mayoría mujeres solas o con un marido casi inexistente, cuya diversión es la calumnia y el chisme y quienes esconden detrás de sus cortinas, un estilo de vida que pretenden reprochar por fuera.

El enfrentamiento entre el mundo ordinario y aquello que es extravagante, desata la serie de eventos que terminan por volverse violentos. Al principio, la novedad de Edward es una experiencia nueva: el joven se vuelve un souvenir exótico que resalta en la planicie monocromática de los suburbios. En este punto, Edward representa la experiencia breve de lo nuevo y pasajero: unos vecinos que adquirieron algo extravagante y que todos dicen aprobar cuando lo envidian por lo bajo. Después, cuando Edward demuestra un talento extraordinario que es bastante explotable, entonces deja de ser la novedad, para convertirse en un beneficio. La mecánica humana tiene ciertos rasgos antropológicos de canibalismo, nos guste verlos o no. Aquí, Edward es un objeto útil que debe estar al servicio de la sociedad imperante, como recompensa por haberlo acogido dentro de su “normalidad” y, como la mayoría de los objetos humanos, se convierte pronto en un objeto de deseo y cuando el deseo está de por medio, aparece también la codicia. La tercera etapa de la historia es Edward como amenaza: por una parte, una desventaja que posibilita a unos pocos tener algo que rompe con la ideología “igualitaria” (que es realmente conformista) de la sociedad estable y, por otra parte, como un agente externo que amenaza las costumbres y nos enfrenta al cambio.

En esencia y con poca profundidad de discusión (o nos estaríamos aquí horas), Burton critica el rechazo a lo diferente, infundado en el miedo de enfrentarse a sí mismo y descubrir que nuestras verdades tal vez no son absolutas. Burton además enfatiza una perspectiva personal sobre este rechazo. Edward es un símil de sí mismo, viviendo en un mundo de colores y reglas como una persona que piensa en cambios y tonos de grises. Tal vez sea por eso que la historia de Edward tiene este toque de inocencia y dulzura dentro de un relato tan crudo: es el Burton joven contándonos su experiencia de vida, intentando advertirnos de los horrores de la normalidad, especialmente cuando se aspira a ser al menos un poco especial.

Para mí, El Joven Manos de Tijera es una de las obras más grandes de Burton y ciertamente uno de los highlights de su época clásica. La construcción cinematográfica de la cinta es espectacular: desde escenarios hasta vestuarios, desde diseño de color hasta el desarrollo de las secuencias; este es sin duda un film que es poesía y pintura hechas celuloide.


El Joven Manos de Tijera, además, tiene para mí una característica muy importante que aprecio enormemente en algunas películas en su tipo: no es una película que en apariencia apuntale a un mercado infantil. No tengo nada en contra de las películas infantiles, de hecho me encantan, pero sí estoy en contra de cuando las películas se venden como un producto infantil cuando el discurso claramente indica lo contrario (por ejemplo El Extraño Mundo de Jack).

En El Joven Manos de Tijera se tocan pequeños subtemas específicos que revelan instintos humanos bajos y que la perfección suburbana siempre intenta recluir. Para mí uno de los momentos más simbólicos de la cinta es cuando Edward se convierte en un objeto sexual.

Con la combinación ideal de inocencia e inexperiencia, Edward y su condición de exótico dan una vuelta de 180 grados del deseo con minúscula al Deseo con mayúscula. ¿Quién podría resistirse al encanto de la inocencia, de una mente que es terreno virgen que nosotros podemos conquistar? ¿Por qué dejar pasar la oportunidad de tener lo que todos desean que ser, además, una mezcla perfecta entre la inocencia y la rebeldía? Aquí se juega el rol de lo diferente como seductor, el misterio y encanto del miedo: es experimentar la pasión del odio, el dolor y rechazo para convertirlo en un placer carnal de sangre y metal. Sin embargo, el detalle realmente memorable de este subdiscurso es cuando Edward y Peg se ven envueltos en esta misma dinámica: por supuesto, el signo no cambia y la secuencia del corte de pelo de Peg se vuelve un momento edípico de gran ternura. Este puede ser el momento de la expresión máxima de la relación maternal que forman Edwards y Peg en la cinta: vemos una secuencia que no desborda una pasión desmedida de puro deseo sanguíneo, como se hace con las otras mujeres, sino que es una dinámica tierna en que él limpia y prepara el lugar para ella, la escolta al momento clímax y la toma de una manera filial, mientras vemos a Peg con una expresión de completa felicidad que no proviene del deseo, sino de la paz emocional. En términos tal vez poco ortodoxos y algo Freudianos: es el momento en que se consolida su relación de “madre e hijo” en que Peg lo adopta como tal, dando a luz a Edward quien, en lugar de salir de ella, entra para quedarse bajo su más íntima protección.


Por supuesto, nada de esto es tan sexualmente explícito como suena en el análisis. Esta es una analogía que indica el símbolo primario del discurso visual… osea, no hay problema con que sus hijos la vean (de hecho, les hará mucho bien).

Para no alargarme más, aquí concluyo. Mi última idea es que la recomendación de esta película es muy amplia y la experiencia de verla es algo sublime.

 

Ficha técnica:

Edward Scissorhands (1990)

Dir: Tim Burton

Guión: Caroline Thompson / Tim Burton (historia original)

20th Century Fox